¿Quienes son esas mujeres
que me asedian ahora que voy sola,
que me instan a seguirlas?
Las solas, las tristes,
las que lo hacen todo,
pero a las que NADA les devuelve a la alegría.
Las impecables,
las pulcras hasta en el rimmel,
las traficantes del cloro, del más fuerte, de ese que corroe hasta la sonrisa.
Las severas,
esas que no le perdonan el disfrute a nadie,
ni a sí mismas,
las que no "pierden el tiempo"
en dejarse acariciar por la luna,
y menos las que escriben, olvidándose de todo
lo que no sea seguir por su arcoiris.
Las enojadas por todo,
por todo lo que huela a ser feliz,
las que se cubren la belleza henchida
de los pechos, de las piernas,
de las que se amarran los ojos,
las vulvas y la lengua
y a "machote" el pensamiento,
lo que fije un tórrido recuerdo,
las que se violan el más íntimo deseo.
Las malditas que afilan la guadaña
para cercenar cualquier atisbo
de humedad y alevosía,
cualquier inflexion de voz que parezca seducir,
las dueñas del horario,
de la rigurosidad de los deberes,
las que hacen sexo con guíon y con cronómetro,
en sábanas estériles de hospital,
las que no sangran, ni lloran,
ni "gastan el tiempo" en internet.
Las que no gastan un veinte en flores
ni en un libro de poemas,
las que evitan chorrearse
el cuerpo de jugo semental,
las que se amarran los pies
para no ir a ver al que aman,
las que creen que el amarse
es señal de vanidad.
Las que entiesan sus ropas interiores,
evitando las manos gestadoras de un espasmo,
las que se jabonan
con el insano frenesí que friegan una olla,
las que odian a los hombres. ¡Sobre todo a los poetas! Por inútiles y locos,
porque juntan las estrellas,
desperdiciando las miradas.
Las que no soportan el ruido del recreo,
las risas en las puertas de moteles,
los gemidos nocturnos de los vecinos
y la alegre copulación de los gatos por los techos.
Las que se autoabducen en el orden militar,
en los códigos penales y civiles,
en las leyes del mercado,
en las penas del infierno,
esas que dan la mano
como un cierre de candados carcelarios.
¡UFFF! ¡Poeta! ¡Ok, amárrate el alma y las ganas de tocarme! Pero quédate ensoñándome
en el aliento de mi pluma,
en tu propio pentagrama,
en el duro limbo de no tenernos, porque no logro,
no quiero y menos debo, seguir a estas mujeres
y dejar de ser tu hembra.
Copyright © 2013 Mónica Mares
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